sábado, 1 de marzo de 2008

Poesía en la plaza


La isla del lago

O Dios, o Venus, o Mercurio, patrón de los ladrones,
Dame al debido tiempo, os ruego, una pequeña tabaquería,
Con las pequeñas cajas brillantes
Apiladas en los estantes con esmero
Y el suelto fragante tabaco
Y el picado,
Y el brillante Virginia
Suelto en las cajas de brillante vidrio,
Y un par de balanzas no muy grasas,
Y las putas descolgándose para una palabra o dos al paso,
Para una palabra picante y arreglarse un poquito el pelo.

O Dios, o Venus, o Mercurio, patrón de los ladrones,
Prestadme una pequeña tabaquería
O instaladme en cualquier profesión
Salvo en esta condenada profesión de literato,
Donde se necesitan sesos todo el tiempo.


Ezra Pound, Lustra, 1916


El poeta nace predestinado al ejercicio de su arte del mismo modo que un religioso a su vocación; pero a diferencia del camino espiritual, en la poesía no hay ningún elemento social que promueva semejante práctica de una manera vocacional. Los menguados incentivos del estado, no son, por mucho, motivo suficiente para despertar en los posibles escritores un afán verdadero para la consecución de tales logros. Escribir es lograr la salvación del alma temporal, y en ese ministerio de pobreza y silencio, se hace poesía al margen de la voluntad de pueblos y gobiernos, de órdenes morales o políticos. Es infrecuente que el gusto de la poesía se adquiera en las aulas, nuestros maestros de literatura en el ámbito escolarizado son de una ignorancia oceánica a la hora de formar a los posibles poetas. De ahí que todo poeta verdadero deberá formarse en casa; con la ayuda de hermanos o parientes, el poeta gustará del género más perfecto de la literatura, sólo si en su casa es frecuentado por alguien de la familia. Los talleres literarios en nuestro país han desarrollado algunas generaciones de poetas a partir de la segunda mitad del siglo pasado y mas acusadamente a partir de los años ochenta, cuando se integró un panorama global de la producción poética joven quedando registrado en la clásica asamblea de Zaid, en los noventa será a través de la colección Tierra Adentro donde se darán cita las propuestas más relevantes; en torno a los talleres se construyen grupos y asociaciones diversas, proyectos literarios, revistas y pequeñas editoriales en todos los estados de la república, es esta una de las principales aportaciones del modelo; hay sin embargo que reconocer que aunque el propósito formativo de los talleres eleva el nivel creativo de los escritores, nunca ha sido suficiente para la formación integral de los jóvenes autores, así el taller se convierte en asamblea donde argumentación y réplica es el método de corrección. No creo que la poesía responda a una tesis, el primer impulso de su escritura, nace a partir de una confrontación entre lo sentido y lo pensado, la poesía vendría pues a ser la racionalización de un sentimiento posible. Quien escribe poesía pensando en los efectos probables en los lectores, está condenado a no lograr nunca su objetivo; hoy en día existe una perniciosa proclividad a considerar que el pensamiento poético debe integrar una unidad discursiva, un cierto número de páginas casi siempre signado en sesenta, un tema global; estas características metodológicas se han remarcado a partir de su inclusión en convocatorias y reglamentos de trabajo para efectos de medición cuantitativa por parte de contralores y auditores, donde la actividad poética propiamente dicha no interesa. Vemos a los perseguidos autores rellenando sus reportes de beca, olvidados de su quehacer primordial, pensar, hacer, vivir en la poesía. Otro asunto de vital importancia, es la tradición que incluye el trabajo corporativo, un grupo de autores, no siempre vinculados por posturas estéticas, pero si coyunturalmente asociados en torno a un proyecto editorial o de difusión, casi siempre a la sombra de una institución privada o pública, aceptan en sus cánones a un autor que puede resultar conveniente para ese proyecto aunque se abomine de su trabajo o de su actitud personal, la regla será siempre, en todos los casos, elogiar sin medida, reconocer lo que no se conoce, elevar a la cumbre lo que por su propio impulso no escala ni siquiera su estatura. Cuando un despistado comete la injuria de poner en entredicho, el valor real de la escritura de algún miembro del grupo, será anatemizado, olvidado, evitado en toda circunstancia social; si a pesar de haber mostrado una postura contraria y de ser reconvenido de sutil manera, el sujeto persiste en sus comentarios no podrá ser incluido en las relaciones sumarias que cada tanto ponen al día el catálogo de los abastecidos. Pero en todo momento puede haber espacios de acuerdos, si no apareces en una antología, seguramente serás convocado a la contraria, el problema más grave es cuando no eres incluido en ninguna, cuando has logrado un consenso perturbador en torno a tu obra: eres imposible de justificar en ninguna postura, no puedes ser acogido a la sombra de ningún árbol frondoso ni aun del más desmedrado arbusto. Parecería que el interés mayor en toda actividad poética pública, se funda en el reconocimiento de los demás por algunas de nuestras sobresalientes capacidades, cuando esto no sucede somos capaces de sufrir los más amargos desengaños, o refugiarnos al lado de otros igualmente infelices y conspirar una edición o encuentro; hemos visto como a un poeta se le reclama su seguridad, su falta de humildad, su orgullo. Hemos tenido padres tercos, la generación inmediatamente anterior a la nuestra es por lo general, quien decide los bonos con los cuales contará el postulante y a través de cursos, talleres, asesorías y dictámenes se podrá sumar una cierta cantidad de puntos favorables o desfavorables para la consecución de la carrera literaria. Acudimos al azoro momentáneo de un asesor que no comprende el ejercicio escritural de su tutorado, que su escritura no encaja en ningún molde preestablecido, que no responde a ninguna tesis probada, que no se acerca ni a la más exótica lectura trasnochada de una poesía prevista en una traducción adicionada con notas, y entonces el tutor reporta que se necesitan más lecturas, especialmente las que el tutor frecuenta. Algún compungido compañero de trance, deslizará un roído volumen de la tierra baldía en la mano del indeseable. Aplicado y respetuoso en el próximo reporte demostrará que es uno de ellos, que no existe distinción en su discurso, que puede aspirar a ser reconocido como un igual. En nuestro país, la fuerza del Estado convoca a los poetas en torno de las instituciones culturales y educativas, desde algún puesto administrativo o académico más o menos feliz, el poeta podrá dedicar una parte de su tiempo al cultivo de su obra literaria, pero de ningún modo interesa a la institución la fortuna de esa obra, salvo cuando aquélla obtiene reconocimiento público que excede el ámbito en que se desarrolla; en un cubículo oscuro, el poeta revisa originales mientras resuelve una comprobación de gastos o redacta su exigua declaración patrimonial siempre más sospechosa de empobrecimiento inexplicable; y justo en este ambiente es cuando sobresalen los que no tienen obra que justifique su inclusión en el parnaso nacional, autores de un libro o dos que han conseguido por virtudes personales de afabilidad colocarse en los mejores puestos del recinto e incluso dirigiendo el espectáculo de la poesía pública, pero a quienes nadie se atreve a decirles que no, que no son poetas, porque ya son doctores o directores generales o las dos cosas. Existe la modalidad del poeta esclavo de las relaciones culturales, siempre vendiendo sus capacidades de lector inteligente al mejor postor, dando cursos, conferencias, lecturas o dictámenes acogido a los erráticos presupuestos y a las volubles voluntades del funcionario en turno, este poeta transita el largo camino de los recibos de honorarios, sin contar desde luego con seguridad social, ni siquiera con el compromiso de ofrecer sus servicios con seguridad laboral. El mercado editorial ha reducido toda posibilidad de desarrollo en el género, escribir poesía no es negocio y mucho menos publicarla; esta tesis ha orillado a los autores a generar sus propios proyectos editoriales, hemos visto surgir en la última década cientos de pequeños sellos editoriales que cuentan en su catálogo a miles de poetas que difícilmente podrán publicar otro título o que sometidos a las reglas del mercado, habiendo publicado algún libro no podrán distribuirlo ni siquiera en su propia ciudad; la difusión de estos materiales se da a través de una red de complicidades de intercambio que no siempre es segura, pero es la única con la que se cuenta. Obtener el reconocimiento público no es proporcional a las virtudes estéticas de una obra, son necesarios otros ingredientes por lo general fuera del alcance de los autores: habilidades en el trato de las personas, participación en un corporativo cultural, sumisión a la directrices del Estado, residencia en alguna ciudad capital, por mencionar algunos. No sobra decir aquí, que los certámenes de poesía han sido hasta ahora el recurso más visible para la difusión de la obra poética, con la oferta de publicación en la mayoría de los casos, los poemarios concurren a la evaluación, casi siempre, de lectores profesionales que representan de algún modo el gusto de la época; concursando bajo pseudónimo, el poeta descansa su aportación exclusivamente en su obra; son aislados los casos en que se denuncia alguna predilección por un autor en especial, casi siempre los comentarios responden a una concepción de la literatura, un estilo, ciertas características de discurso. De cualquier modo, convertirse en un poeta laureado no asegura ventajas significativas en cuanto a desarrollo económico y formal, es necesario, como he dicho arriba, otras virtudes. El ejercicio crítico hasta ahora, ha sido sobrellevado por los propios autores que dan sustento primordialmente a predicativos de grupo o corporación, si algún poeta ha nacido con ciertas capacidades para explicarse con alguna naturalidad, establecer un discurso coherente en cinco páginas de prosa legible, dictará las poéticas y poemáticas de su grupo, elevará el status de su corporación por encima de las otras; a este creador le corresponderá establecer un orden provisorio de las tendencias, particularidades y generalizaciones del arte poético en su tiempo y desde luego su espacio; echando mano de modelos anteriores, producirá antologías y recuentos críticos donde sin duda se incluirán primero, los cercanos y si el espacio y otra vez el tiempo lo permiten, los más lejanos. Procederá de lo que conoce hacia lo desconocido, enlistará a sus amigos y después a aquellos que no lo son pero a quien admira por su trabajo y porque no le ofrecen resistencia y por último, a los que, no existiendo una obra que le sea familiar ni un vínculo de amistad, pero que el favor del público ha señalado como remarcables y no podrían ser evitados. Con denominaciones más o menos cómicas englobará en grupos disímiles a los que escriben de un modo u otro, luego se enfrentará a los que escriben de un modo y también de otro y por último, con toda la perplejidad que el recurso prohija, a los que no escriben de ningún modo conocido. En muchos casos, estos autores críticos, no tienen una obra significativa, pero es tan leal su gusto por esta clase de trabajos, que sin duda su aportación generará nuevos enfrentamientos y discordancias en el verdadero ejercicio escritural. Esto también es una posibilidad de definir estadios de competencia y de lucha política en la poesía, no olvidemos que el Estado siempre está pronto para capitalizar estas divergencias. Tres o cuatro veces al año los poetas se reúnen y discuten algún asunto que tiene que ver con el trabajo creativo, el primer obstáculo a vencer es el financiamiento de los participantes, con el concurso de instituciones públicas y privadas se allegan los poetas al lugar de reunión, aunque en muchas ocasiones también por sus propios medios, la discusión casi siempre deriva en saber cuál es papel que nuestra poesía tiene en el decurso de la tradición, con textos salpicados de citas en las que abundan los eliot y los mallarmés y algún poeta francés que esté de moda, se regresan a sus casas pensando que tal vez ahora sí se podrá escribir desde una nueva perspectiva, que hemos dejado atrás a los contemporáneos y que somos libres de intentar nuevos caminos. Sin embargo lo verdaderamente entrañable de la experiencia se dará en torno a la mesa de cantina, en esa estación final del encuentro se establecerán compromisos e intercambios, circulará la sangre viva de la poesía nacional. La invitación a participar en un libro como el que ahora está en sus manos, es ocasión inmejorable, en un autor con fobias y resentimientos, para dar sus sesgados puntos de vista y colocar en el ojo de sus colegas aquellos accidentes que el ejercicio de su profesión ha dispuesto para sí y para algunos otros que se dedican a la misma, pesarosa actividad. Escribir poéticas y además escribirlas junto con otros, para ofrecer panoramas posibles de la producción poética nacional, es asunto que despierta muchas suspicacias, es difícil abstraerse de un cierto tufillo a convención o pacto, a congreso o conjura; sin embargo, también es un recurso eficaz para mostrar lo que de algún modo se piensa sobre los diversos tópicos que preocupan a los jóvenes escritores de nuestro país; cualquier poeta serio, quiero decir comprometido con su obra y su tradición, al releer estas quinientas palabras, tiembla, sabe que lo mejor de sí está en sus poemas, que su aportación reside ahí o en ninguna parte. Se escribe para dejar memoria de lo vivido. La plaza pública en el caso de la poesía, es por lo general íntima, son muy pocos los autores que logran saltar la barrera del menosprecio social, su actividad no otorga dividendos económicos, salvo en contadas ocasiones y cuando el poeta ya ha muerto; su aportación es eminentemente espiritual, el poeta da cuenta del profundo vivir de un tiempo, asume las épocas y las define en muchos casos, pero a nadie le importa lo que sucede, si no lo que ya pasó, lo pasado tiene el prestigio de lo que ya no es; escribir se convierte entonces en una apuesta hacia el futuro, se escribe y se publica para ser comprendido más allá de la circunstancia concreta, hay en los ojos del poeta recién publicado un hambre de futuro que sólo puede saciar la muerte. He decidido compartir con mis coetáneos este ejercicio de escritura en las rodillas, estos breves apuntes nacidos de la observación no siempre objetiva pero si objetivadora, he querido repasar algunas de las actitudes que se repiten desde el principio del siglo pasado y que han tomado residencia en nuestra tradición, así somos, no estoy seguro de que queramos seguir siendo así, es por esto que otra vez tomo el rumbo de lo desconocido, por ver si más allá de mis ojos hay una luz que nos haga más soportable el tránsito para la verdadera valoración de nuestra obra.


Mario Bojórquez
(texto preparado para el libro sobre poéticas mexicanas de Jair Cortés y Rogelio Guedea)

2 comentarios:

José Agustín Solórzano dijo...

Me encantó este texto tuyo Mario, en últimas fechas tuve la oportunidad de leer tu trabajo, lamentablemente (y lo digo por mí) por este medio electrónico. Es en verdad una lástima que la poesía no pueda conseguirse de manera más práctica. Quizás es que no hay demanda, o ¿Será la oferta? ¿Habrá que llevarla a los oidos del público a cómo de lugar, aunque algunos oidos sepamos de antemano que no nacieron para escuchar este tipo de discursos? o ¿Habría que encerrarnos en nuestros caparazones y mandar "muestras" de lo que hacemos a uno u otro certamen, de esos que apoyan "la cultura" y el arte, esperando que nos publiquen y que nos den un lugar en las librerias. No sé, tú tendrás tu opinión.

Me tomé la libertad de enviarte un mail a la dirección que tienes en la cabecera de tu blog, me gustaria que participaras como tallerista en un encuentro de creadores jovenes que estamos organizando en Michoacan. Ojala pudieras responderlo.

Un saludo y también si tienes el tiempo puedes darte una vuelta por mi blog para conocer un poquito lo que escribo.

joan21 dijo...

Que buena es esta lectura me gusto mucho. Exitos
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