sábado, 1 de marzo de 2008

LOS DOMÉSTICOS


I
Algunas noches de lluvia y tortillas de harina
mi madre habló de minas almacenes
ilusorios ayeres de riqueza y descanso
genealogías vastas
vastos blasones
apellidos


II
Nunca tuvimos (lástima)
un abuelo pintor geómetra o músico
(en San Joaquín el tiempo tenía otros relojes)
La vida fue llevada casi en brazos
cuidándole la fiebre de los días
y nosotros crecimos de frente
sin pasado


III
El padre de mi abuelo
Don Sotero
mataba a sus mujeres
dicen
de aburrimiento


IV
Al borde de la cama la abuela trabajaba evocando demonios
convocando demonios
las trenzas sostenían el perfil inmutable
giraban los pulgares una danza de espera

Mi abuela era molacha
sus ojos zarcos miraban los espíritus danzando ante la puerta
mataba las gallinas con las manos

La abuela siempre fue un misterio a mis ojos de niño
la abuela siempre fue un muerto inacabable en mi memoria
la abuela siempre es un silencio presente en mis horas sin sueño



V
Las paredes oscuras de la mina
los hombres que se matan nadie sabe por qué
los hijos ya crecidos
el hastío

Joaquín Güereña
fuma lento su último cigarro
piensa (es inevitable)
que la vida de un hombre no se cuenta por años
piensa (también)
que el amor y la dicha mueren hacia el final del día

Se sabe un hombre solo y no le apura


VI
El capitán Rafael Bojórquez
camina pausado por Filomeno Mata
en la memoria lleva los tiempos de Almazán
los tomates tirados en Guasave
la injusticia de tantos
el café de la tarde

En marzo se hizo viejo
tan sólo por probar
por hacer algo
y aprendió algunos versos en un idioma antiguo
la mentira los años lo mataron un día

En noviembre pasado
dos mujeres peleaban una tumba
cada una segura de su pariente muerto


VII
Las flores del naranjo caen al suelo

Siete años y mi abuela
persigue las gallinas con la escoba

Aquí todo es memoria o sueño

El agua de la pila fresca en los labios
fresca la sombra del mango y de la lima
en el patio de tierra

Veinte años y mi abuela
cree que soy el muerto que regresa
reconoce en mi rostro el rostro del pasado

-Rafael Rafael ¿te acuerdas del vestido
azul que me compraste en Vickenbourg?-

La historia no es la misma

Las flores del naranjo caen al suelo


VIII
La tía abuela Porfiria se suicidó a los noventa y nueve años,
en un ataque de senilidad imaginó ser la muchacha que setenta
y tres años atrás un hombre había deshonrado.

Pasan los días por mi sangre
lentos
lentamente crece en el vientre el hijo
el padre los abuelos no me han visto llorar
no me verán llorar

Pasan los días por mi cuerpo
enfermos

la luna no ha mentido
hay un hijo en mi carne que no verá la luz

Pasan los días por el hilo atroz que teje los destinos
la soga


IX
Lo miras caminando cansado por la calle
es mi padre

El amor y la dicha le fueron negados hacia el final del día

En su memoria caben los versos de Lucrecio, Arquíloco y Esquilo
también las vidas de Plutarco

El cree en el amor y le da miedo

En su cuarto vacío habla entre dientes con un amigo muerto
o por morirse

Infatigable viajero de sí mismo


X
Mis muertos son tan pocos tan lejanos
casi nunca los conocí o nunca
la última vez que murió mi abuela
eran largos los llantos como trenzas
y yo desde las faldas de mi madre
comía junto al féretro, tamales

1 comentario:

Tania dijo...

Hey Mario, soy Tania, que buen poema!! como no lo conoci antes? Me refiero al poema de Los Domesticos publicado aqui. Nos diste una historia para los parias que no tenemos "un mi abuelo que ganara una batalla". Un fuerte abrazo desde Toronto!
TANIA